Para hoy algo de tranquilidad.
Hoy toca conocer tres nuevos relatos de las participantes de nuestro último concurso de Sant Jordi.
Nuestras escritoras noveles, nos regalan para hoy un momento para reír y relajarse. Imaginar. Reinventar.
Historia de San Jordi de María Rodríguez
Una mañana de primavera había salido a dar una vuelta. Hacía buena temperatura ya se dejaba entrever el buen tiempo. Mientras paseaba contemplaba el “maravilloso” paisaje de la ciudad una mañana de fin de semana, me alegraba de no vivir todo el año en ella, ¡qué caos! ¿Pero qué pasaba ese día?
Ignoré como pude la marabunta de gente y al fin llegué a una tienda en la qué no había estado antes. OHH Dios mío era el terror de cualquier amante de los zapatos, me gustaban todos y solo podría elegir uno!!
Entrar o no entrar, esa era la cuestión. Entrar y tener que salir hipotecada conmigo misma hasta que acabe el curso o seguir de frente e intentar borrar ese maravilloso recuerdo de mi mente.
Pues la verdad que el bullicio que había no me dejó solucionar mi debate mental, así que por obligación para dejar de ser empujada aunque fuera por 2 minutos entré. ¡OH dios! Lo que vi no era digno de este mundo. No había tenido tantos flechazos al mismo tiempo en mi vida pero dos de esos zapatos me llegaron al alma, así que saludé a la dependienta y decidí probarme el zueco… y la sandalia de cuña de tiras. La amable dependienta me trajo los dos modelos de mi talla y me los probé como si se tratará del zapato de cristal de Cenicienta. Eran tan bonitos que no sabía por cual debía partir mi corazón.
A esto que escucho más jaleo de lo habitual en la calle, de pronto estaba desierta y veo rodar sin control un carrito de bebé, sin pensarlo dos veces salí de la tienda disparada y dispuesta a parar ese carrito. Huelga decir que mi “traje de heroína” estaba compuesto por un vestido vaporoso unas medias y un zapato de cada par de mi nueva tienda preferida.
Cuando salí a parar el carro escuché gritar a la que debía de ser la madre de la criatura: ¡Va hacia el dragón, el dragón! ¡Cuidado con el dragón! La verdad que esa frase hizo que me asustara más de lo que estaba, pero ya me había conseguido colocar delante del carro y estaba dispuesta a pararlo.
Y PUMMM PLAFF, CLAAACKK, ahora entendía a lo que se refería la madre del bebé, con el dragón. Yo había aterrizado encima de un dragón de cartón piedra de dos metros de altura que adornaba la puerta de una librería, la boca del dragón estaba abierta y ahí había quedado aprisionada mi cabeza, todo mi cuerpo estaba dentro de la panza del dragón que no era muy cómoda porque me estaba clavando el andamiaje de metal de la figura. Lo único que se veía de mí eran los zapatos que milagrosamente no los había perdido por el camino. Mi amiguito Jorge estaba la mar de feliz con su espada de cartón golpeando lo que quedaba de la cola del dragón.
Después del aparatoso aterrizaje el dueño de la librería me ayudó a salir, le pedí disculpas por lo sucedido y a eso que llegó la preocupada madre que se ofreció a pagar los destrozos del dragón, no sin antes comprobar el estado de su guerrero. La dependienta de mi tienda favorita también vino a mi rescate. Afortunadamente estaba perfectamente solo me había lastimado una muñeca (menos mal que no fue un pie y ahora puedo lucir mis zuecos preciosos).
Como recompensa por mi heroicidad y valentía en la lucha por salvar al pequeño Jorge de las garras del dragón el librero me regaló un libro de mi autor favorito y la aún asustada madre me ofreció la rosa más bella de la ciudad. Además de mi rosa y mi libro me llevé a casa ese día los zuecos de UPM, con los que estoy segura de que viviré muchas más aventuras tan o más emocionantes que la de ese día.
A estas alturas comprendí a qué se debía ese bullicio era la víspera de San Jordi y todos habían salido a la calle a encontrar la rosa y el libro para hacer un regalo ejemplar.
La leyenda de de Sant Jordi por María Gómez
Era una vez un reino donde los zapatos desaparecían, nadie sabía porque, pero habían ruidos extraños y terroríficos. Un día apareció un dragón por el reino y todo el mundo se asustó, el dragón pidió los zapatos más bonitos del reino. Claro estaba que eran los de la princesa Isabel, era una princesa sencilla, humilde y generosa con todo el mundo.
Tenía el pelo rubio hasta la cintura, los ojos azules y era un poco gordita pero eso no le interesaba a nadie. El día de llevarle los zapatos al dragón llego, la princesa y los reyes estaban asustados pero lo tenían que hacer por el pueblo. Cuando la princesa se acercó a la mansión del dragón se asustó más de lo que ya estaba ya que el dragón no dejaba de rugir.
Un caballero fuerte y valiente fue a salvar a la hermosa princesa, empezaron a luchar y el caballero llamado Jordi dio un paso más y le clavo la espada en el estomago, de la sangre del dragón apareció una hermosa rosa y unos zuecos para la princesa Isabel.
Jordi se enamoró de Isabel y le tomo la mano. Los reyes y el pueblo estaban muy contentos. Colorín colorado y los zapatos nunca más se acabaron.
La nueva leyenda de Sant Jordi por Marta Romeu
Hace mucho mucho tiempo había una corriente e introvertida chica que se encontraba en un parque. No era un parque bonito, no era un parque lleno de flores ni de fuentes llenas de aguas cristalinas que, junto a los rayos de sol, creaban un magnífico arco iris. No. Era un parque oscuro, los altos árboles secos no dejaban pasar la luz del día y la ordinaria chica estaba sentada en un banco camuflada por las sombras.
Minutos después, suena el móvil, se levanta y se dirige hasta un caminito de arena que conducía a una casita medio destruida. Todo parecía muy tenebroso, aun así la chica parecía muy nerviosa. Cuando llega frente a la puerta de la casita se detiene y mira su móvil. De fondo de pantalla tenía una foto de otra chica, de cabello negro y facciones redondas. Suspiró y pensó “tengo que entrar”.
Una vez dentro, la casita lucia diferente. Estaba llena de muebles de colores vivos, sonaba una música alegre y había una mesa en el centro de la habitación principal con un jarro de rosas. De todos modos, ella sospechaba del lugar. Vuelve a mirar su móvil y lee un mensaje que, según la hora, le habían enviado tres horas antes.
Sé que me quieres, sé que estás loca por mí y sólo me tendrás si vienes aquí:
-Casita del Parque Luces Negras a las 15:00-
Miró la hora, eran las 15:03. Se miró en un espejo que había justo a la derecha de la mesa, llevaba puesto un jersey blanco, unos tejanos rotos y unas zapatillas blancas. “Parezco un chico…” pensó. Empezó a dar vueltas por la habitación buscando una puerta, porque ahí no había nadie más que ella misma. Se estaba poniendo nerviosísima; supuestamente tenía que aparecer el gran amor de su vida, ¿no?
Pues no fue así. La casa empezó a arder, ¿de dónde había salido el fuego? Nada tenía sentido. Por culpa del humo se mareó y perdió el equilibrio y justo cuando cayó en el suelo y se golpeó la cabeza la vio: estuvo allí todo el rato dormida en el sofá de color crema pero no la había visto antes porque el juego de espejos la tenía escondida. Espera, ¿la vio de verdad o era fruto del gran golpe? Se intentó levantar para conocer la verdad cuando la enorme cola de un dragón le golpeó las piernas y la dejó en el suelo adolorida.
Pausa otra vez, ¿un dragón? Sí, sí. El fuego lo causó las llamas que salían de su boca y empezaron a quemar el sofá de crema dónde descansaba la chica de facciones redondas. Se despertó y empezó a gritar. La chica corriente se puso de pie e intento abrir la puerta pero no pudo. Se acercó a la otra chica y le dijo “te sacaré de aquí cueste lo que cueste”.
La chica de facciones redondas le cogió la mano y le susurró “solo hay una manera de apagar el fuego y salir de aquí pero no te la puedo contar, sino voy a morir”.
Desbloquea el móvil. 15:23. Las rosas del jarro de la mesa estaban perdiendo color, se estaban quedando secas igual que los árboles de afuera. Pasaban los minutos y la cabeza le daba vueltas… No sabía que decir, hacer, pensar. El hecho de que pudieran morir ellas dos allí dentro la enfadaba, porque éste tenía que ser su día. Es por eso que decidió no rendirse, cogió de la mano a la otra chica y le dijo muy dulcemente “no voy a dejarte morir, porque te quiero, te quiero muchísimo”.
De repente, todo el calor que había generado el fuego se desvaneció pero el lugar quedó destrozado y las rosas no tenían ni un pétalo. El dragón empezó a sangrar. La chica corriente no entendía que pasaba, porque todo se fue sin más.
Del charco de sangre salieron un par de zapatos que tenían una enorme plataforma, la chica de facciones redondas se subió en ellos y con sus centímetros de más cogió una rosa, que se encontraba en una estantería, permanecía viva y roja como la sonrisa que la acompañaba.
Se la dio a la chica corriente y las dos salieron por la puerta hacia el parque que se había transformado en un lugar lleno de flores y fuentes con aguas cristalinas que, junto a los rayos de sol, creaban un hermoso arco iris.